domingo, 12 de febrero de 2006

Encuesta de juicio moral

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Universidad de Harvard- Test de moral

¿Cuánto pesa la religión de cada uno en las decisiones éticas?

Se puede demostrar que estamos dotados de una facultad moral que guía nuestros juicios intuitivos sobre el bien y el mal, con prescindencia de las creencias religiosas.
Peter Singer. PROFESOR DE BIOETICA, UNIVERSIDAD DE PRINCETON


Es necesaria la religión para la moralidad? Muchas personas consideran escandaloso, blasfemo incluso, negar el origen divino de la moralidad. O bien un ser divino creó nuestro sentido moral o bien lo adquirimos a partir de las enseñanzas de la religión organizada.

En cualquiera de los dos casos, necesitamos la religión para poner coto a los vicios de la naturaleza. Parafraseando a Katherine Hepburn en la película "La reina africana", la religión nos permite elevarnos por encima de la perversa madre naturaleza, al brindarnos una moral.

Sin embargo, abundan los problemas que se les plantean a los que opinan que la moralidad procede de Dios. Uno es el de que no podemos decir simultáneamente, sin caer en la tautología, que Dios es bueno y que nos dio la capacidad para discernir entre el bien y el mal, pues en ese caso lo único que decimos es que Dios cumple sus normas.

Un segundo problema es el de que no hay principios morales que compartan todas las personas religiosas, independientemente de sus creencias concretas, pero no los agnósticos y los ateos. De hecho, los ateos y los agnósticos no actúan menos moralmente que los creyentes religiosos, aun cuando sus actos virtuosos se basen en principios diferentes.

Con frecuencia los no creyentes tienen un discernimiento tan intenso y correcto del bien y del mal como cualquiera y han trabajado, por ejemplo, en pro de la abolición de la esclavitud y han contribuido a otros esfuerzos para aliviar el sufrimiento humano.

Lo opuesto también es cierto. La religión ha incitado a personas a la comisión de una larga letanía de crímenes horrendos: desde el mandato de Dios a Moisés hasta la matanza de midianitas —hombres, mujeres, muchachos y muchachas no vírgenes— pasando por las Cruzadas, la Inquisición, los innumerables conflictos entre musulmanes suníes y chiíes y quienes cometen atentados suicidas con bombas, convencidos de que el martirio los conducirá al Paraíso.

La tercera dificultad para los que opinan que la raíz de la moralidad es la religión es la de que algunos de sus elementos parecen universales, pese a las profundas diferencias doctrinales entre las más importantes religiones del mundo. De hecho, esos elementos se dan incluso en culturas como la de China, en la que la religión es menos importante que las concepciones filosóficas, como la de Confucio.

Tal vez un creador divino nos brindara esos elementos universales en el momento de la creación, pero una explicación diferente y coherente con los datos de la biología y la geología es la de que a lo largo de millones de años hemos obtenido mediante la evolución una facultad moral que infunde intuiciones sobre el bien y el mal.

Por primera vez, las investigaciones en materia de ciencias del conocimiento, partiendo de argumentos teóricos procedentes de la filosofía moral, han permitido resolver la antigua controversia sobre el origen y la naturaleza de la moralidad.

Examine el lector los tres casos hipotéticos siguientes. En cada uno de ellos, rellene el espacio en blanco con "obligatorio", "permisible" o "prohibido".

# Un vagón de carga descontrolado está a punto de atropellar a cinco personas que caminan por la vía. Un trabajador ferroviario está junto a un cambio de vías que puede desviar el vagón a otra vía, en la que matará a una persona, pero las otras cinco sobrevivirán. Accionar el cambio de vías es...

# Pasa usted junto a una niña pequeña que está ahogándose en un estanque poco profundo y es usted la única persona en los alrededores. Si saca a la niña, ésta sobrevivirá y sus pantalones se estropearán. Sacar a la niña es...

# Cinco personas acaban de ser llevadas a toda prisa al hospital en estado crítico y cada uno de ellos necesita un órgano para sobrevivir. No hay tiempo suficiente para pedir órganos de fuera del hospital, pero hay una persona sana en la sala de espera. Si el cirujano obtiene los cinco órganos de esa persona, ésta morirá, pero las cinco que están en estado crítico sobrevivirán. Obtener los órganos de la persona sana es(tá)...

Si el lector ha considerado el caso 1 permisible, el caso 2 obligatorio y el caso 3 prohibido, ha hecho lo mismo que las 1.500 personas del mundo entero que respondieron a esos dilemas planteados en nuestros tests sobre el sentido moral que figuran en una página web (http://moral.wjh.harvard.edu/). Si la moralidad es palabra de Dios, los ateos deberían juzgar esos casos de forma diferente a la de las personas religiosas y sus respuestas deberían deberse a justificaciones diferentes.

Por ejemplo, como los ateos carecen supuestamente de una brújula moral, deberían guiarse por el puro y simple interés personal y pasar de largo ante la niña que está ahogándose, pero no había diferencias estadísticas significativas entre los sujetos con una formación religiosa y los carentes de ella, pues el 90 por ciento, aproximadamente, dijeron que es permisible accionar el cambio de vías, el 97 por ciento que es obligatorio rescatar a la niña y el 97 por ciento que está prohibido obtener los órganos de la persona sana.

Cuando se les pide que justifiquen por qué algunos casos son permisibles y otros están prohibidos, los sujetos no saben hacerlo u ofrecen explicaciones que no dan cuenta de las diferencias pertinentes. Es importante que entre los que tienen una formación religiosa haya tantos que no responden o dan explicaciones incoherentes como entre los ateos.

Esos estudios dan soporte empírico a la idea de que, como otras facultades psicológicas de la mente, incluidos el lenguaje y las matemáticas, estamos dotados de una facultad moral que guía nuestros juicios intuitivos sobre el bien y el mal. Esas intuiciones reflejan el resultado de millones de años en los que nuestros antecesores vivieron como mamíferos sociales y forman parte de nuestro patrimonio común.

Nuestras intuiciones resultantes de la evolución no nos brindan necesariamente las respuestas correctas o coherentes para los dilemas morales. Lo que fue bueno para nuestros antepasados puede no serlo hoy, pero las apreciaciones sobre el paisaje moral en transformación, en el que cuestiones como las de los derechos de los animales, el aborto, la eutanasia y la ayuda internacional han pasado a primer plano, no procedían de la religión, sino de la reflexión profunda sobre la humanidad y lo que consideramos una vida apropiada.

A ese respecto, es importante que conozcamos el conjunto universal de intuiciones morales para que podamos reflexionar sobre ellas y, si así lo decidimos, no respetarlas. Podemos hacerlo sin blasfemar, porque es nuestra propia naturaleza, no la de Dios, la que es el origen de la moralidad.



La columna fue escrita en colaboración con Marc Hauser, profesor de Psicología y director del Laboratorio de Neurociencias del Conocimiento de los Primates de la Universidad de Harvard.

Copyright Clarín y Project Syndicate, 2006.

sábado, 11 de febrero de 2006

Sublimación, según Freud



Freud introdujo la sospecha en el interior del hombre. La mente consciente es como la punta de un iceberg flotando en un mar de irracionalidad, caldo de cultivo de nuestros trastornos mentales y nutriente de nuestras más gozosas pulsiones.

Médico y neurólogo, filósofo y creador del método y la teoría psicoanalítica, Sigmund Freud, nació el 6 de mayo de 1856 en Freiberg (República Checa), trasladándose a Viena cuatro años después, país en el que residió la mayor parte de su vida.

En 1873 estudió medicina en la Universidad de Viena, realizó investigaciones neurológicas con el médico alemán Ernst Wilhelm von Brücke, entrando a trabajar en el Hospital General de Viena en 1883. Fue a París (1885) a estudiar sobre el tratamiento de los trastornos mentales, fundamentalmente la histeria, y la aplicación terapéutica del hipnotismo con J.M.Charcot.

En 1886 se estableció como médico privado en Viena desarrollando su teoría psicoanalítica. Titular de la Universidad de Viena en 1902, Freud se rodeó de un reducido número de alumnos y seguidores que luego se harían famosos por sus teorías sobre el psicoanálisis: Otto Rank, Eugen Bleuler y Carl Jung. La Escuela psicoanalítica internacional se fundó en 1910. Huyendo de Austria que había sido ocupada por los nazis, murió el 23 de septiembre de 1939 en Londres.

Entre sus obras destacan: Estudios sobre la histeria (1893), La interpretación de los sueños (1900), Psicopatología de la vida cotidiana (1904), Tótem y tabú (1913), El malestar de la cultura (1930) e Introducción al psicoanálisis (1933).

Como médico el interés de Freud se centró fundamentalmente en conocer cómo el cuerpo podía ser afectado por la mente creando enfermedades mentales, tales como la neurosis y la histeria y en la posibilidad de encontrar una terapia para tales enfermedades.

Como filósofo Freud investigó la relación existente entre el funcionamiento de la mente y ciertas estructuras básicas de la cultura, por ejemplo, las creencias religiosas. La cuestión fundamental consistía en dilucidar cómo se forma una conciencia individual y cómo operan la cultura y la civilización.

Freud distingue dos principios fundamentales: el principio del placer y el principio de realidad. El primero supone una búsqueda de lo placentero y una huida del dolor, que nos impulsa a realizar aquello que nos hace sentir bien. En contraposición a éste, el principio de realidad subordina el placer al deber. La subordinación del principio del placer al principio de realidad se lleva a cabo a través de un proceso psíquico denominado sublimación, en el que los deseos insatisfechos reconvierten su energía en algo útil o productivo. Tomando como ejemplo el deseo sexual, ya su práctica continua supondría el abandono de otras actividades productivas (trabajo, arte, etc.), el hombre sublima sus deseos y utiliza su energía para la realización de otras acciones (deporte, literatura, juego). Sin la sublimación de los deseos sexuales no existiría, según Freud, civilización.

No obstante, la sublimación no elimina los deseos sexuales. Éstos, si quedan insatisfechos, se empaquetan o son reprimidos en un lugar concreto de la mente llamado inconsciente, que es, por definición, aquella parte de la mente inaccesible a nuestro pensamiento consciente (o yo) que reúne todos los deseos y pulsiones reprimidos. Sin embargo, existen caminos indirectos para acceder a los contenidos del inconsciente, como por ejemplo los sueños, los actos fallidos y las bromas.

Los sueños son satisfacciones simbólicas de deseos que han sido reprimidos. Inaceptables para la mente consciente (ya sea por la presión social y moral o por un sentimiento de culpa), algunos deseos se manifiestan oníricamente, de un modo extraño y absurdo que oculta su verdadero significado.

Los sueños utilizan principalmente dos mecanismos de ocultación: la condensación, en la que imágenes o ideas dispares son reunidas en una sola (correspondiéndose con la metáfora en el lenguaje) y el desplazamiento, mediante el cual, el significado de una imagen o símbolo es transferido a algo asociado con él que desplaza a la imagen original (su correspondencia con el lenguaje es la metonimia).

Los sueños pueden ser también interpretados a través de la paráfrasis o actos fallidos. Éstos, lejos de ser errores de la mente, revelan contenidos reprimidos del inconsciente que afloran en forma de olvidos, deslices, etc. Las bromas también son emergencias de deseos reprimidos. Por ello, el psicoanalista otorga una gran importancia al lenguaje utilizado tanto por sus pacientes, como el empleado culturalmente en determinadas épocas históricas, de ahí que el psicoanálisis se haya relacionado íntimamente con la crítica literaria.

Los contenidos del inconsciente son deseos sexuales (o agresivos) reprimidos que Freud llamó pulsiones (triebe, mal traducidos por "instintos"), originados en las primeras etapas del desarrollo del niño y ligadas estrechamente a la nutrición infantil.

La sexualidad adulta es el resultado de un complejo proceso de desarrollo que comienza en la infancia y que se desarrolla en distintas etapas que dependen de su ligazón con distintas áreas corporales: la etapa oral (boca), la anal (ano) y la genital o fálica (genitales). En la etapa oral el niño no tiene conciencia de ser un individuo separado de su madre o el mundo, lo que le lleva a tener deseos incestuosos. Esto se supera en la segunda etapa, la anal, en la que hay una tendencia a la extraversión, a sacar algo de sí mismo (heces) al exterior. En la etapa genital, el niño experimenta impulsos autoeróticos que soluciona mediante la masturbación, paso necesario para entrar en la vida adulta.

El niño descrito por Freud es un perverso polimorfo, que dirige sus deseos sexuales hacia cualquier objeto, desorganizadamente (por carecer de identidad) y sin represión, lo que le hace carecer de identidad sexual (género), identidad personal e incluso de inconsciente. Después del polimorfismo, el niño entra en un estado de latencia, donde sus deseos sexuales están aminorados y apagados hasta su exuberante florecimiento en la pubertad, última etapa del desarrollo sexual, en la que los deseos sexuales se dirigen hacia objetivos "normales" según Freud, es decir, se canalizan en encuentros heterosexuales, subordinados a la zona genital y con un fin meramente reproductivo.

La tarea fundamental del psicoanálisis como terapia consiste en curar todas aquellas perversiones sexuales originadas en la infancia, entendiendo por perversión aquel comportamiento no ajustado al modelo heterosexual, genital y reproductivo. La perversión implica que los deseos de la líbido "inapropiados" o prohibidos socialmente existen, aunque no se expresan (represión). La neurosis es una versión negativa de la perversión, en ella los deseos libidinosos reprimidos en el inconsciente son tan poderosos que se ha de gastar demasiada energía para reprimirlos.

El psicoanálisis supone que la represión de los deseos inconscientes puede causar ciertos trastornos mentales como la paranoia, la histeria, la obsesión-compulsión y otros desórdenes.
En el desarrollo sexual, es esencial el complejo de Edipo, que termina en la fase fálica, y en la que el niño ha de establecer por vez primera un vínculo afectivo con su progenitor de sexo opuesto (el padre), que es considerado un rival frente a la madre. El niño siente hacia ella un deseo incestuoso que tiene que reprimir por miedo a la agresión paterna y a la castración, temor que le lleva a construir el superego (superyó), una instancia encargada de controlar al consciente (yo) según las pautas morales impuestas por los padres.

El complejo de Edipo conlleva la aceptación del principio de realidad y la subordinación del principio del placer. El desajuste entre las demandas del consciente, el inconsciente y las exigencias del superego puede convertirse en conflictos denominados fijaciones y complejos, que pueden llevar a que el adulto sufra regresiones o modos de satisfacción sexual infantiles. La mente consciente, imposibilitada para funcionar normalmente perderá su control y desarrollará neurosis como modos de expresar dicha tensión.

Freud no pudo explicar cómo se desarrollaba el superego en las niñas, debido a que naturalmente éstas no pueden ser castradas. Sus prejuicios sociales le llevaron a elaborar una teoría, llamada complejo de Electra, en la que la vinculación de la niña con sus progenitores se establece en relación a una envidia del pene "ausente" en ella. La mujer es un ser deficiente, castrado, por lo que, según Freud, nunca podrá desarrollar un superego fuerte, lo que justifica su debilidad moral y su mayor tendencia al sentimentalismo.

La explicación del escaso papel social de la mujer a lo largo de la historia encuentra su respaldo en una base natural, científica, que constituye un factum del desarrollo humano. Definidas por Freud como el continente oscuro, las mujeres están condenadas al ámbito de lo privado, donde cohabitarán con hombres que representarán simbólicamente al padre que no pudieron conquistar. La crítica feminista sobre las ideas de género de Freud será, en este sentido, implacable.

Este artículo es de :Elena Diez de la Cortina Montemayor